Quisiera que esta noche
de julio lluviosa durara para siempre y que este instante donde miro embelesada
por mi ventana se quedase congelado, me gusta tanto la iluminación de los relámpagos
en la noche oscura, el sonido del trueno por ahora es leve, es aquí donde más
siento a Dios, demasiado cercano para mí, imagino como los pajaritos están suavemente
resguardados en algún rincón de la ciudad.
Inmerecida del panorama
al compás de la tormenta, observo fijamente como va moviendo las nubes con su soplo
y gran agilidad, rociando brisa fresca y gotas que llevan en si una gran
labor, como regar el suelo muerto e infértil, así va bañando las plantas que se
alegran simultáneamente y mojando los pinos mientras se arrullan mecidos con el
eco del viento sigiloso, haciendo caer las hojas viejas, añejas de las copas de
los árboles más altos que ya cumplieron su ciclo de vida, el señor va dominando
todo con todo su poder y por su gracia decidió deleitarme con su temporal.
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